Todo empezó, cuando algún o algunos ermitaños decidieron irse a vivir a estas cuevas, que acabamos de describir. Por su estructura, podemos sospechar con cierta posibilidad, que hubiera eremitas, incluso antes de la fundación de Valdepeñas. Por los documentos que vamos a aportar, el hecho conocido y probado se remonta a los años 1550-1560, es decir, casi a la fundación del pueblo, que tuvo lugar el año 1539.
Anteriormente a esta época, por los datos que tenemos, como ampliamente expondremos después, podemos afirmar con mucha probabilidad que hubo ermitaños, viviendo en las cuevas, que hemos descrito anteriormente, una vez que Valdepeñas dejó de ser lugar de frontera.
Estos ermitaños adoptaron la regla de San Pablo, el primer ermitaño. Al principio sin autorización oficial, de forma privada y por un tiempo limitado, aunque debieron pedir la oportuna autorización al Obispo diocesano, ya que en esta fecha no se permitía la vida eremítica, sin la autorización episcopal.
Las Constituciones Sinodales del Cardenal Moscoso mandaban: Conviene que las personas con hábito de religiosos en las hermitas de nuestro Obispado, sean de probada vida, y virtud. Y porque somos informados, que por no haberse cuidado en examinar sus costumbres y modo de proceder, han vivido escandalosamente, y dado mal ejemplo, S. S. A. mandamos, que ninguna persona, hombre, o mujer en hábito de hermitaño o en otra manera puedan estar en Hermita de nuestro Obispado sin que le escuse la licencia de Prior, o Cura, Prioste de la Cofradía o de otra cualquier persona por quien estuvieren nombrados; y si alguno por fundación, o especial privilegio tuviere facultad para poner hermitaños, los ha de presentar primero ante Nos, o nuestro Provisor, para que los aprobemos, informándonos de su virtud, y manera de vivir, y mandamos que ninguno sea osado a hacer estos nombramientos, no teniendo derecho para ello, pena de cuatro ducados cada vez, conforme al estilo de nuestra audiencia.
La razón de esta prohibición estaba en que muchos de estos, vestidos de ermitaños, se aprovechaban de su situación religiosa para ir pidiendo limosnas de un sitio para otro, quedándose con el dinero para su uso personal.
Así un zapatero, en Jaén, Cristóbal Moreno, vestido de ermitaño, fue acusado a la inquisición de fingir visiones y levitaciones para que le tuviesen por santo o el pícaro ermitaño José de San Rafael que recorrió toda Andalucía, engañando a medio mundo
Por este motivo los Obispos debían de ser muy cautos en la concesión de estas autorizaciones.
Las Constituciones sinodales del cardenal Baltasar de Mocoso y Sandoval, en el Título VII, capitulo I, mandaban: Porque algunas personas particulares, Concejos, o Universidades han fundado algunas Hermitas con zelo de devoción, las cuales por curso de tiempo se han perdido, por no haber con que repararlas, S.S.A. mandamos, que de aquí en adelante ninguna persona pueda edificar Iglesia, Hermita, Capilla, ni altar en todo nuestro Obispado sin nuestra licencia, o de nuestros sucesores; y si de otra manera edificare, pierda el derecho que a sobre lo dicho pudiera tener, y se adjudique a la parroquia en cuyo distrito estuviere la fundación, para lo cual no se dé en manera alguna licencia sin dote suficiente para los reparos, y para poder celebrar; y ha de ser por escritura pública, la qual se ponga en el archivo de la Iglesia parroquial, a quien perteneciere.
Estos ermitaños buscaban el silencio, para dedicarse a Dios por la oración. Algunos de ellos eran personas sencillas, ya que no sabían escribir. Vivían de los trabajos que hacían en el campo, en plan de asalariados o de las limosnas de los fieles e incluso de las rentas que poseían. Estos ermitaños, Unos eran laicos y otros sacerdotes.
Cuando el Capitán Aranda decide dejar el mundo, describe la vida del ermitaño de esta bella manera: Compré los instrumentos para un ermitaño: Cilicio y disciplinas y un sayal de hacer un saco, un reloj de sol, muchos libros de penitencia, simientes y una calavera y un azadoncillo.
En la diócesis he identificado varios eremitorios del mismo estilo, uno en la virgen de la Cabeza, otro en el llamado barranco del monasterio muy cerca de Cazalla, en el Toscón, al abrigo de los Basilios y otro en el Santuario de Huelma, que en el año 1887 tenía cuatro legos.
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